Mahsa no quiere recordar el momento en que dio a luz. Fue, sabe, en una casa, con la asistencia de las mujeres de la aldea y un doctor que dijo que casi muere. Fue, sabe, en el año 1995 en un pueblo al norte de Afganistán. Estaba recién casada, un matrimonio infantil acordado por dos familias religiosas radicales. Con apenas 8 años ya era esposa, mujer, y madre.
Por supuesto, su nombre no es Mahsa, y algunos otros nombres tienen que ser modificados si uno quiere contar su historia. Su hijo por ejemplo tampoco se llama Ahmed, pero le diremos así porque ahora vuelan a Italia y aunque ellos escaparon del régimen talibán, todavía tienen familia dentro de Afganistán y no quieren exponerla. Eso y no mostrar ninguna imagen de los dos es la única condición de Ahmed y Mahsa para conversar con Infobae mientras vuelan a Roma, luego de varios meses en Pakistán llenando papeles para ser admitidos en Europa. “Poca cosa”, dice Mahsa, comparado con vivir en su país, le parece liviano pasar innumerables entrevistas de admisión y quedar en suspenso en una casa secreta durante meses.
Su historia y la de Ahmed parecen difíciles de creer, y mientras hablan corre alrededor una nena de nueve años, mira por la ventana, juega, apenas puede responder su edad por timidez y miedo. Es difícil pensar que con un año menos que esa nena, Mahsa fue madre de Ahmed. Pero ahí están, uno al lado del otro, cercanísimos en edad, en estatura, en espíritu, en todo.
Francesca Iachini es la coordinadora de Pangea encargada de su traslado. Ella se encargó desde hace casi un año de corroborar su historia y encontrarles un nuevo destino. Dice que, aunque sorprenda, no es extraño que en Afganistán casen a las niñas con menos de 10 años y algunas incluso queden embarazadas. Muchas, asegura, mueren en el proceso. Otras, por gracia y desgracia, llegan al milagro de sobrevivir.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), casi el 10% de las niñas afganas de entre 15 y 19 años dan a luz cada año. La tasa de mortalidad relacionada al embarazo para las niñas de entre 15 y 19 años es mayor al doble que entre las mujeres de 20 a 24 años, según UNFPA. Además, Afganistán tiene una de las peores tasas de mortalidad materna e infantil del mundo: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 638 mujeres mueren cada 100.000 bebés que nacen vivos.
“Mi madre es de una familia de musulmanes radicales. Cuando tenía ocho años la obligaron a casarse, en esa época los matrimonios forzados eran normales, porque estábamos bajo el anterior gobierno talibán. Ese mismo año me tuvo a mí, es solo 8 años mayor que yo. Luego tuvo más hijos. Cuando mi padre murió, la querían obligar a casarse con otro hombre, porque una mujer sola no tiene derechos, debe estar casada sino no vale nada. Entonces le estaban arreglando un nuevo matrimonio, pero ella se escapó. Nos llevó a todos sus hijos con ella y nos fuimos. Yo era ya el mayor de cuatro hermanos, tenía 12 años, y mi madre tenía 20″, cuenta Ahmed.
Está más flaco de lo habitual. Desde que llegaron los talibanes Ahmed perdió mucho peso. Muestra una foto de él hace un año y se lo ve completamente diferente. Ahora parece más frágil, más desconfiado. En la foto se lo ve sonriente y dueño de su vida. Ahora lleva una expresión amarga incluso cuando ve que el avión en el que viaja se acerca a Roma, donde podrá empezar de nuevo. “Espero que me veas en tres o cuatro años y pueda decirte que reconstruí algo de lo que tenía, que me veas trabajando de dentista o al frente de una clínica. Confío en que vamos a conseguirlo”, dice.
-¿Qué hicieron una vez que escaparon de la familia de tu padre?
-Por ese entonces los talibanes estaban en el poder, entonces huimos a Irán. Allá tampoco estaba permitido para nosotros estudiar, así que lo hacíamos con mi madre en casa. Pero cuando los talibanes se fueron del poder, volvimos a Afganistán. No volvimos a nuestro pueblo sino a otro porque en nuestra aldea todavía nos estaba buscando la familia de mi padre. Ellos son muy radicales y tiene afinidad con el talibán, y cuando se enteraron que estábamos en el país nos empezaron a amenazar.
-¿Aún fuera del gobierno tenían ese poder?
-Los talibanes no habrán estado en el gobierno hasta el 2021 pero tenían mucho poder, sí. Amenazaban mucha gente, asesinaban a mucha gente, tenían apoyos importantes. Y a mi madre la amenazaron infinidad de veces, por eso tuvimos que irnos sí o sí de Afganistán cuando volvieron a tomar el país el 15 de agosto del año pasado.
Más allá de las amenazas y de ser madre de cuatro hijos, Mahsa logró establecerse y estudiar. Se recibió de médica cirujana y comenzó a crecer en su carrera. La familia de su esposo le hacía llegar advertencias: si ejercía, la iban a matar. No tembló: volvió a mudarse, esta vez a Kabul, y pudo convertirse en una cirujana reconocida. Además, aunque en sus actos privados ya lo era, se hizo activista pública por los derechos de la mujer. Y ayudó a sus hijos a que también pudieran estudiar. El mayor, Ahmed, se recibió de dentista con diploma de honor.
“Hubo muchos días y muchas noches en las que mi madre trabajó muy duro porque teníamos muy poca plata y gastamos mucho en educación. Y hubo muchos días en que nos fuimos a dormir con hambre, pero aun así no renunciamos nunca”, dice él.
-¿Qué te contó de esos primeros años cuando te tuvo?
-Ella me dijo que cuando me dio a luz no sabe qué pasó, que fue una mala época para ella, que el doctor dijo que pudo haber muerto, que fue un milagro que siguiera viva. Pero arrastra desde entonces muchos problemas de salud.
Según datos de Unicef, el 28% de las mujeres afganas de entre 15 y 49 años se casaron antes de la mayoría de edad. Con el anterior gobierno, la edad mínima legal para el matrimonio era de 16 años. La actual crisis económica y de alimentos que enfrenta Afganistán recrudece la situación. Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF, denunció: “Hemos recibido informes fidedignos de familias que están ofreciendo a sus hijas de tan solo 20 días para un futuro matrimonio a cambio de una dote”.
Por otro lado, el Fondo de Población de las Naciones Unidas estima que, sin apoyo inmediato, podría haber 51.000 muertes maternas más este año, 4,8 millones de embarazos no deseados. No todos tendrán el mismo destino ni la misma tenacidad que la historia de Mahdis. Es probable que la gran mayoría, silenciosa, se hunda con el peso de los talibanes, se oscurezca bajo el velo de su sombra mientras el mundo debate qué hacer con el terror ajeno.
Un poco antes de cumplir 30, Mahdis comenzó a trabajar como cirujana plástica en una clínica. De a poco se supo que había una médica que ayudaba a las mujeres y comenzó a recibir víctimas de violencia de género que llegaban con el cuerpo quemado por sus maridos. No era extraño que las prendieran fuego con combustible y quedaran con el cuerpo seriamente herido, marcado para siempre. Mahdis empezó a hacer cirugías gratis para ellas, para que recuperaran algo de su piel. Esa violencia hoy sigue, pero ella no está más ayudarlas. De hecho, después de tomar el poder, los talibanes atacaron la clínica en la que trabajaba y mataron a dos colegas suyos. Para los fundamentalistas islámicos una cirugía plástica está prohibida porque “modifica la creación de dios” y eso es un pecado que merece ser castigado.
No era el único “pecado” que combatía. Además, Mahdis realizaba cirugías de reconstrucción del himen. Es un problema grave en Afganistán: chicas jóvenes que tienen relaciones sexuales por fuera del matrimonio y nadie se puede enterar porque si las familias saben que perdieron la virginidad sin estar casadas (o si se entera el futuro marido), corren un gran peligro de que las apedreen o las maten. Entonces Mahdis les hacía operaciones de reparación para que no se enterara nadie. “Puede ser difícil de entender para alguien de afuera, pero es algo que salvó muchas vidas”, explica Ahmed. Su propia carrera también fue -es, se corrige cada vez- prodigiosa. Con solo 27 años llegó a dirigir la sección odontológica de una clínica y tenía muchos sueños por delante.
-¿Cómo fue el día en que llegaron los talibanes a Kabul?
-Un día antes yo estaba en la clínica trabajando y la gente comenzó a comportarse extraño, entonces preguntamos qué pasaba y nos dijeron: están viniendo los talibanes a la ciudad. Yo fui a hablar con uno de mis jefes, que tenía mucha cercanía al gobierno en ese entonces, y me dijo que era posible que los talibanes entraran a Kabul ese día y atacaran la clínica, porque había varias personas a las que tenían en la lista de enemigos. Así que tomé mis cosas, le dije a mis colegas lo que pasaba y me fui a casa. Esa noche todo el mundo se fue al aeropuerto. Yo busqué a mi familia y también fuimos. Pasamos un día ahí y todo se volvió una locura, había una multitud desesperada.
-¿Es el día en que la gente intentaba subir a los aviones a través de las alas?
-Sí, ese día. Yo vi con mis propios ojos al hombre que cayó del cielo desde un avión. Fue así: un avión despegó sin importar que había gente colgada. Fue una locura. Había fuerzas de seguridad persuadiendo a la gente con disparos para que se bajara, pero aún así la gente no se detenía. Las personas que estaban en las alas no pensaban que el avión iba a despegar, pensaron que abriría sus puertas, pero el avión comenzó a moverse, despegó y al rato vimos caer gente que caía del cielo.
-¿Qué hicieron?
-Después de eso probamos muchas veces llegar al aeropuerto, pero luego de la explosión del 26 de agosto no volvimos. Un día antes yo había estado ahí. Así que ese día empecé a buscar alternativas para salir de otro modo del país, y así fue que conocía a Pangea, la ONG que nos ayudó.
Les dieron un refugio en Kabul primero, en una “safe house” (un refugio para gente en peligro), luego los ayudaron a cruzar la frontera y finalmente salieron a Pakistán, donde pasaron varios meses en Islamabad hasta ahora, que lograron los permisos para viajar a Italia. Dice que tuvo miedo pero no era algo nuevo: “Nuestra vida siempre estuvo bajo amenazas, no solo por el talibán sino por la familia que dejamos en el pasado, por habernos escapado de eso. Y después, por ser activistas, por nuestra exposición en la sociedad. Así que siempre estuvimos en peligro. ¿Cómo lidiás con eso? Ni te olvidás ni te acostumbrás… simplemente es así”.
Mahsa hoy tiene 35 años y planea instalar una clínica para ayudar a mujeres musulmanas en Europa, donde también existen familias radicales que atentan contra sus derechos humanos. No habla tan bien el inglés como su hijo, pero sabe que puede aprender. “Mi madre es muy parecida a un amiga, es mi mejor amiga de hecho, pero es también una madre increíble, es mi héroe”, dice Ahmed.
-¿Qué aprendiste de ella?
-Hay una idea muy fuerte en nuestro país de que las mujeres necesitan a los hombres. Pero yo vi a mi madre sin el apoyo de un hombre durante toda la vida, y nunca vi que se rindiera o que necesitara de alguien más. Ella es el mejor ejemplo de que siempre hay que confiar y trabajar para salir adelante, y al final se puede. Sea lo que sea que Dios quiso para vos.
-Ojalá volvamos a hacer esta entrevista un día en que decir sus nombres y mostrar sus caras ya no suponga un peligro.
-Y ojalá sea en Afganistán. Confío en que va a suceder. ¡Insallah!
CON INFORMACION COMPLETA DE :infobae.com