“Cuando se educa a un psicópata, lo único que se consigue es un psicópata educado”, escribió sobre Jack Unterweger el escritor y perfilador del FBI Gregg McCrary. La frase es cuestionable, como toda generalización, pero en el caso del austríaco asesino en serie de prostitutas cae como anillo al dedo.
Porque cuando fue a parar a la cárcel en 1974, condenado a cadena perpetua por asesinar a una adolescente, Johann “Jack” Unterweger tenía 24 años y no sabía leer ni escribir. En los siguientes 15 años no sólo aprendería a hacerlo, sino que se transformaría en un escritor de éxito, con libros de poemas, cuentos infantiles y novelas publicados, además de una cruda autobiografía que llegó a lo más alto de las listas de best seller en Europa.
Eso le valió que intelectuales, escritores y políticos iniciaran una campaña por su liberación, justificándola en sus contribuciones a la cultura que lo mostraban como un ejemplo de “rehabilitación”.
Lo lograron y el 23 de mayo de 1990, después de cumplir solo 15 años tras las rejas, recibió el indulto del gobierno austríaco. En libertad, trabajó como periodista, siguió escribiendo libros y realizó una extensa gira por varios países europeos y los Estados Unidos.
En su transcurso, mientras hablaba de sus libros y firmaba ejemplares a sus admiradores fue dejando un reguero de muertes: uno en la República Checa, tres en Estados Unidos y siete en Austria. En todos los casos, sus víctimas eran –o él creyó que eran– prostitutas.
Una niñez desgraciada
Johann Unterweger nació el 16 de agosto de 1950 en el seno de una familia pobre de la localidad austriaca de Judenburg, donde su infancia, según su propio testimonio, fue un constante sufrimiento, lleno de abusos.
Hijo de un soldado norteamericano que desapareció del mapa cuando supo del embarazo y de una madre que debió apelar a la prostitución para sobrevivir, el futuro asesino en serie fue criado por su abuelo materno, hombre más propenso a propinarle golpes que caricias.
Viudo, el hombre solía llevar prostitutas a su casa y no era raro que el pequeño Johann terminara borracho y desparramado inconsciente en el suelo después de beber con ellas. Nunca lo mandó a la escuela, de modo que el chico creció sin aprender siquiera a leer ni escribir.
Cuando creció un poco prefirió pasar su tiempo en la calle en lugar de quedarse en el malsano ambiente de la casa familiar. No se dedicó solamente a deambular, sino que para hacerse de algún dinero empezó a cometer pequeños robos y más tarde se especializó en asaltar a las prostitutas que ofrecían sus servicios en la calle. Eso lo llevó a la cárcel más de una vez, pero como se trataba de delitos menores, no pasaba mucho tiempo entre rejas.
El primer crimen
En 1974, cuando tenía 24 años, cometió su primer asesinato. Su víctima fue una alemana de 18 años llamada Margaret Schäfer a la que agredió sexualmente y, después, la golpeó con una barra de hierro hasta dejarla inconsciente. Una vez en el suelo, la estranguló con su propio corpiño y la arrojó al bosque para que su cadáver se pudriera.
No lo atraparon enseguida. La policía debió investigar durante casi un año para descubrir que Johann Unterweger era “el asesino de la prostituta”, como se lo llamó en los medios que, en realidad, dedicaron pocos centímetros al asunto.
El juicio fue rápido, porque Johann confesó rápidamente su crimen. Lo más llamativo – y resaltado por los cronistas que lo cubrieron – fue que se lo pasó llorando. Frente al tribunal dijo que estaba arrepentido, que jamás volvería hacer una cosa así y rogó que le dieran una segunda oportunidad.
El tribunal no se la dio: le impuso una condena a cadena perpetua.
Nace un escritor
Apenas llegó a la cárcel se inscribió en un programa de alfabetización y aprendió a leer y escribir. Descubrió un mundo en la lectura. Devoraba todo lo que encontraba en la biblioteca y no demoró en proponerse él mismo escribir. Publicó primero un poemario, después una serie de cuentos infantiles y ya no se detuvo.
Se le daba bien escribir, tanto que logró interesar a una editorial austríaca para que le publicara sus textos. Lo descarnado de sus poemas, potenciado por su historia y por el hecho de escribir desde la cárcel, lo convirtieron en un autor de culto.
Publicó más cuentos y dos novelas hasta que finalmente produjo la que fue considerada su mejor obra, su autobiografía. “Fegefeuer – eine Reise ins Zuchthaus” (Purgatorio – Un viaje a la cárcel) resultó un éxito de ventas y también le compraron los derechos para hacer una película.
En las entrevistas que le hacían en la cárcel, Unterweger no perdía la oportunidad de repetir que estaba arrepentido de su crimen, al que calificaba como el resultado de una infancia desgraciada que lo había llevado por el mal camino. Estaba dispuesto a reinsertarse en la sociedad y aportar lo suyo, decía, si le daban una nueva oportunidad.
Sus promesas encontraron oídos atentos. Varios escritores austríacos – entre ellos Elfriede Jelinek, que ganaría el Premio Nobel de Literatura en 2004 – iniciaron un movimiento pidiendo su libertad al que pronto se sumaron otros intelectuales y políticos.
El gobierno austríaco le otorgó el indulto el 23 de mayo de 1990. La noticia pegó fuerte en los medios, que casi de manera unánime lo mostraron como un ejemplo de recuperación.
Un modelo para imitar
El joven pobre que había llegado analfabeto a la cárcel salió convertido en un hombre de 39, escritor consagrado y modelo para la sociedad. Asistía a las representaciones de sus propias obras de teatro, daba conferencias literarias y entrevistas televisivas donde contaba como el arte de escribir lo había redimido.
Le preguntaban siempre sobre la rehabilitación de los presos, situaciones en las que siempre tenía a mano una respuesta políticamente correcta y esperanzadora. Si él lo había logrado, cualquiera podía hacerlo.
Lo invitaban a fiestas y cócteles del mundo literario y del espectáculo. También le organizaron giras por el país y el exterior. Frente a las cámaras o en las fotos de las revistas aparecía siempre vestido con un traje blanco y una flor roja en la solapa. Su imagen era la de un triunfador.
Cuatro meses después de salir en libertad volvió a matar, y ya no se detendría.
El raid del escritor asesino
La primera víctima fue encontrada en septiembre de 1990. Estaba desnuda, a excepción del anillo de casamiento y las medias. Había sido brutalmente golpeada, violada, estrangulada con sus propias medias y abandonada en el bosque, cubierta de hojas. Casi igual que la primera víctima de “Jack” -como ya todos lo llamaban-, pero nadie pensó en él a la hora de buscar al asesino.
Para entonces, el escritor liberado también se dedicaba a escribir artículos periodísticos sobre crímenes reales. Eso también se le daba muy bien.
Más tarde se comprobó que había matado a seis mujeres durante 1990: cinco en Austria y una en la República Checa, donde estaba de gira para presentar sus obras. La mayoría eran prostitutas.
En junio de 1991, voló a Los Ángeles para escribir uno sobre las diferencias en el trato de las prostitutas en los Estados Unidos y en Austria. En sus ratos libres aprovechó el viaje para matar a tres de ellas: Sherri Ann Long, Shannon Exley e Irene Rodríguez.
La policía de California estaba desorientada, pero un detective retirado que conocía el caso de Unterweger empezó a sospechar que no era casualidad que la muerte de las tres prostitutas coincidiera con su visita a Los Ángeles y se puso a investigar por su cuenta. No tardó en descubrir que dos de las tres asesinadas habían sido vistas con él, presumiblemente para ser entrevistadas e incluidas en el artículo que estaba escribiendo.
Lo interrogaron pero dio una coartada y cuando descubrieron que era falsa, Jack ya había volado de nuevo hacia Austria. “Comenzaron a sospechar de él hace algunas semanas, cuando se requirió al escritor para que justificara una coartada que le sirviera para rechazar la acusación de asesinato a una prostituta el 7 de marzo de 1991. Declaró que aquel día lo pasó con su novia, pero la Policía descubrió que el escritor participó en la tarde del crimen en un seminario que concluyó a las 21.30, por lo que le dio tiempo a cometer el asesinato”, relataba un medio de la época.
Las pruebas se acumulaban, en un registro del lugar donde se había alojado en Los Ángeles los policías encontraron una bufanda roja cuyas fibras eran las mismas que habían hallado en el cuello de una de las víctimas.
Captura, juicio y suicidio
Jack Unterweger ya estaba en Viena, pero pronto descubrió que allí tampoco podía sentirse a salvo. Un amigo policía le avisó que lo estaban investigando por varios asesinatos. Decidió escapar con su novia, una chica de 18 años, y voló a Canadá.
Lo capturaron a mediados de 1992, cuando cometió el error de entrar clandestinamente en los Estados Unidos y fue extraditado a Austria para ser juzgado por los asesinatos.
El juicio comenzó en abril de 1994 y el 29 de junio, Johann “Jack” Unterweger fue condenado nuevamente a cadena perpetua, pero esta vez sin posibilidad de soñar siquiera con un indulto. Lo encontraron culpable de once asesinatos.
Durante el juicio, en esta segunda ocasión, el escritor asesino en serie no lloró ni mostró arrepentimiento. Tampoco cuando escuchó la sentencia. Solo digo: “No volveré a pasar años en la cárcel, no podré”.
Se suicidó ese mismo día en su celda, ahorcándose con una cuerda, apenas seis horas después de haber escuchado la sentencia.
CON INFORMACION-infobae.com