Click. Apenas salía de la adolescencia cuando se supo de su noviazgo con el Príncipe Carlos. Click. La chica inocente con el pelo cubriéndole la frente se comprometía con el heredero al trono. Click. El casamiento más visto de la historia. Click. Click. Click. Queda embarazada por primera vez: ¡es un varón!: directo a la línea sucesoria. Click. El matrimonio marcha mal. Click. Igual hay que realizar tareas protocolares. Click. Se separa: su marido tiene una amante desde mucho antes de su casamiento. Click. Click. Click. Ella sigue con las obras benéficas. Click. Llora en público. Click. La acorralan en una entrevista. Click. Le aparece un amante. Click. Click. Click. Se divorcia oficialmente. Click. Tiene un nuevo novio millonario con el que pasea por el Mediterráneo. Click. Junto a él escapa de los paparazzis pero el auto pierde el control y se estrellan en un túnel parisino. Click. Click. Click.
Diana Spencer, Lady Di, debe haber sido la mujer más fotografiada de la historia. En sus casi dos décadas de vida pública cada movimiento suyo fue registrado. El asedio de la prensa se convirtió en compañía habitual en cada una de sus salidas. Debió convivir con ello. Pero nunca terminó de acostumbrarse. 25 años atrás, apenas empezaba el 31 de agosto de 1997, encontró el final escapando de fotógrafos junto a su nuevo novio.
Fue carne de tabloide. Cada movimiento suyo ocupó la tapa de todos los diarios. Se discutieron cada uno de sus atuendos, los mínimos gestos públicos fueron interpretados como desavenencias conyugales, hubo debates acerca de la frecuencia de sus encuentros sexuales para asegurar el sucesor en la Corona; debió soportar ser engañada a la luz de multitudes y lidiar con la severidad de la Reina quien sólo quería para ella un destino de bonito adorno. Dramas privados con (alta) exposición pública.
Así fueron sus últimas dos décadas de vida. Una pelea sorda por tener una vida cotidiana, por intentar ser feliz sin que multitudes escudriñen en sus sabanas. Pero esa batalla la había perdido desde el primer día.
Tal vez esa fue su condena. Pelear con denuedo, con una energía única una pelea que no tenía posibilidades de ganar. Es probable que su rasgo distintivo haya sido la esperanza, hasta por momentos irracional, de poder imponerse, de conseguir que su vida se retomara un cauce normal, cotidiano.
Las últimas semanas de la vida de Lady Di estuvieron repletas de actividades protocolares, viajes benéficos, un importante desengaño amoroso y el comienzo de una nueva relación. Todo lo hizo bajo la mirada pública, como siempre bajo el asedio de los fotógrafos. Quienes la rodeaban decían que, de todas maneras, era otra Diana. Más libre, más alegre, decidida a dar un giro en su vida, a empezar a disfrutar y sin importarle si hacía renegar a la familia real.
En mayo visitó Pakistán. El fin era recaudar fondos para una clínica oncológica. En ese viaje se volvió a hablar de su relación con el cardiocirujano paquistaní Hasnat Khan. El asistente personal de Diana afirma que el médico fue su verdadero amor, que ella estaba completamente enamorada de él. La relación, con intermitencias, duró dos años. A principios de julio de 1997, en medio del verano europeo, Khan tomó la decisión de finalizar el vínculo. Detestaba la exposición pública, estaba preocupado por su dos hijos y no soportaba tener que desplazarse a todos lados acompañado por un ejército de guardaespaldas y un enjambre de paparazzis.
En los primeros días de julio, Diana vio por última vez a Teresa de Calcuta. Caminaron por Nueva York y presentaron obras de caridad. La religiosa de 87 años murió pocos días después que la princesa. Tal vez en esa caminata, las mujeres vieron colgada de los kioscos de revistas la Vanity Fair de ese mes, que traía a Diana fotografiada por Mario Testino en tapa y en la que se anunciaba el inicio de una nueva vida, su reconstrucción. Luego, Diana viajó a Miami y se sentó junto a Elton John, Sting y otras estrellas en la primera fila durante el funeral de Gianni Versace.
En julio fue a Saint Tropez, a la impresionante villa que tenía Al-Fayed padre, dueño entre otras cosas del club de fútbol Fulham, la tienda Harrods y el Hotel Ritz de París. Más de treinta habitaciones y el mar pegando a diez metros de la mansión. Allí dicen comenzó el noviazgo entre ellos para beneplácito de Mohamed que buscaba a toda costa que su hijo iniciara una relación con Diana porque presuponía que la atención pública podría ser beneficiosa para que aparecieran nuevos negocios en el horizonte.
Dodi Al-Fayed no estaba solo por esa época. Se había comprometido con la modelo norteamericano Kelly Fisher. Le había regalado una casa en Los Ángeles y un anillo de zafiros y diamantes cotizado por encima de los 150.000 dólares. Se pensaba casar en septiembre.
El 9 de agosto Lady Di viajó a Bosnia por su campaña contra las minas personales. Sus obras humanitarias eran permanentes. Se puso a la cabeza de esta lucha, de la recaudación de fondos para la investigación contra el Sida y de varias asuntos benéficos más. Esa era su principal actividad pública desde hacía varios años.
Unos días después se embarcó con Dodi en el Jonikal. Fueron nueve días en los que pasearon por la Costa Azul y por el Mediterráneo italiano.
El Jonikal había sido recién adquirido por Mohamed Al-Fayed. Un yate imponente de 63 metros de eslora por el que pagó 22 millones de dólares. Mohamed le dijo a Dodi que lo aprovechara y paseara con Diana. Esperaba impresionarla con la magnificencia de la embarcación.
Son muchos los que creen que Diana aprovechó la comodidad y el lujo del Jonikal para mandar varios mensajes. Tenía tiempo libre. Sus hijos debían pasar, tal como habían acordado tras el divorcio, esas semanas en Balmoral, Escocia, en las vacaciones reales junto al Príncipe Carlos y la Reina. Sabía que lo que hiciera iba a trascender y que llegaría a la tapa de las revistas. Por un lado quería molestar a los miembros de la Corona; un romance con el hijo playboy de un millonario egipcio no le iba a gustar a la Reina. Por el otro, le mandaba un mensaje a Khan, que tal vez alimentaba sus celos: la vida continuaba.
Los miembros de su círculo cercano confirmaron que pese a estar sin sus hijos a Lady Di no le resultaba fácil encontrar compañeros para programas extensos. Sin la costumbre se hacía casi imposible soportar el asedio de la gente, de los periodistas y la falta de privacidad por la seguridad permanente.
El 30 de agosto, Diana despertó en el Jonikal que se acercaba a Cerdeña. Desayunó en el yate mirando el mar junto a Dodi. Café con leche, almendras, croissants, palta y algunas otras frutas. Tal vez en ese momento convivieron en Diana sentimientos contrapuestos: la alegría y la ilusión por el encuentro inminente con sus hijos con la angustia de volver a tener que lidiar con el vértigo de la atención constante, la presión de ser siempre observada y perseguida. La pareja ya había visto que las fotos que les habían sacado desde otras embarcaciones y hasta desde un helicóptero habían salido en las revistas. Diana había tenido la precaución de haber llevado un traje de baño para cada día, para no repetir atuendo. En las imágenes más difundidas de esos días, ella lleva un traje de baño enterizo turquesa y él uno amarillo fosforescente.
Un poco antes del almuerzo, una lancha los acercó al muelle. Allí subieron a un Mercedes Benz blanco y se dirigieron al aeropuerto de Olbia. Al-Fayed padre les había puesto a disposición uno de sus jets privados. La pareja voló a París en la aeronave que tenía un enorme logo de Harrods pintado a sus costados. La paz terminó en la capital francesa. Apenas descendieron del avión y mientras ellos y el séquito subían a los autos, los fotógrafos los apuntaron con sus cámaras. La caravana se dirigió hacia el centro de París. Los fotógrafos los siguieron de cerca. El chofer del auto que llevaba a la pareja aceleró. Dodi estaba muy molesto. No podía entender cómo se habían enterado, cómo no podía tener un minuto de paz. Diana miraba resignada por la ventana cuando una moto rozó la puerta de su lado: un paparazzi tratando de obtener una foto para la tapa de alguna revista semanal. Otro coche con periodistas se cruzó en su camino para obligarlos a bajar la marcha y que las fotos fueran más nítidas. Dodi dio la orden de acelerar. Empezó una especie de persecución más digna de Hollywood que del fin de vacaciones de una pareja de enamorados.
La pareja utilizaba los servicios de seguridad contratados por Al Fayed. Su custodia privada y Henri Paul, el jefe de seguridad del Hotel Ritz. Pudieron haber pedido que el Ministerio del Interior Francés le proporcionara custodias del Servicio de Protección de Altas Personalidades o estar bajo el cuidado de la Brigada de Protección de la Familia Real Británica. Lady Di cada vez que podía descartaba los servicios de estos últimos porque le informaban a su ex marido, el Príncipe Carlos, paso a paso cuáles habían sido sus movimientos.
En algún lugar del camino lograron despistar a sus perseguidores y fueron hasta el Hotel Ritz, propiedad de Mohamed Al- Fayed. El otro destino posible era el imponente departamento de 10 habitaciones que la familia egipcia tenía muy cerca del Arco del Triunfo; hacia allí fue la Land Rover con el equipaje de la pareja.
Diana y Dodi arribaron a la Suite Imperial (una réplica de la alcoba real de María Antonieta) y descansaron unas horas. De ese momento es la foto en la que se ve a la pareja en el ascensor del Ritz. Diana, con un traje claro, mira divertida la cámara de seguridad. Tal vez la captura es casual, sólo fue un fugaz momento en el que ella miró para ese lado y sonreía por alguna broma. Pero esa imagen parece algo más. Parece demostrar que aún en un ascensor ella estaba pendiente de que la estaban registrando, que había desarrollado sus sentidos como para saber desde dónde estaba siendo observada: era consciente que cada paso suyo era filmado o fotografiado.
Dodi, junto a un par de guardaespaldas, fue hacia una lujosa joyería. Tenía que buscar un anillo muy costoso (se habla de alrededor de 200.000 dólares) que había comprado para su nueva novia. En el local le ofrecieron otro. Dodi no se decidía y pidió llevarse los dos para que Diana eligiera esa noche.
Diana quería comprar unos regalos para sus hijos. La horda de fotógrafos y de curiosos en la puerta del hotel (que aumentaba y se agitaba cada vez que había algún movimiento de autos) la disuadió. Envió una asistente con indicaciones precisas. Las compras las enviaron al departamento de Dodi (después de la tragedia, el padre de Dodi se los hizo llegar a Henry y a William).
Cuando anochecía, cerca de las 7.30 de la tarde, la pareja fue al fastuoso departamento de Dodi. Se cambiarían e irían a cenar. Tenía una reserva en Chez Benoit, un restaurante cercano con un par de estrellas Michelin. Otra vez la persecución alocada. Las fotos, las amenazas, los ruegos para que posaran, el asedio.
Al llegar al restaurante, pese a que les habían dado un lugar alejado del resto y discreto, Dodi empezó a desconfiar de los otros comensales. Creyó que podía haber periodistas camuflados, que luego contarían cuantas veces se tocaron las manos o reproducirían piropos y palabras de amor. Hasta podrían sacarle alguna foto furtiva. Otra vez cambiaron de planes y volvieron al Ritz. Allí una vez más, en el mejor restaurante del hotel de su padre, Dodi se sintió inseguro. Volvieron a la Suite Imperial y se hicieron subir la cena. Aves exóticas, omelette de champignons y espárragos, tempura de verduras y algo de champagne.
Pasada la medianoche quisieron volver al departamento de Dodi. Diana viajaba al otro día muy temprano a Inglaterra y allí tenía todo su equipaje. Pergeñaron un plan para desairar a sus perseguidores. En la Land Rover de Dodi irían sus guardias personales. Saldrían muy rápidamente por la puerta principal. Aprovechando el revuelo, en el Mercedes Benz negro del hotel, manejado por Henri Paul, el jefe de seguridad del Ritz, saldría la pareja por la parte de atrás del edificio. La maniobra fracasó. De inmediato, los fotógrafos descubrieron a Lady Di en el Mercedes. Otra vez fueron detrás de ella y de la foto para la tapa de las revistas.
El Mercedes comenzó a tomar velocidad. Cerca del destino final, entró al túnel que atraviesa el Pont D’el Alma. Iba al doble de la velocidad permitida. Más de 100 kilómetros por ahora (algunos dijeron que la velocidad era de 190 kms por hora porque la aguja del velocímetro quedó clavada allí tras el choque, pero las pericias determinaron que no había alcanzado esa velocidad). Embistió un auto, perdió el control, cruzó de carril y terminó chocando contra una columna de hormigón que dividía las dos manos del túnel. El auto quedo hecho un revoltijo de fierros y humo. Los fotógrafos se acercaron. Y muchos en vez de socorrer a las víctimas siguieron sacando fotos. Un médico que pasaba por ahí asistió a Diana con oxígeno, estaba herida y en estado de shock. Levantó su cabeza y vio al chofer, al acompañante y a Dodi sin reacción. Murmuró con una voz delgada, casi inaudible, las mismas palabras varias veces: “Dios Mío, Dios Mío”. Y cerró los ojos. Primero llegó la policía y cinco minutos después la primera ambulancia. Tuvieron que usar unas sierras eléctricas para desenredar a Diana de los fierros del auto. Apenas la movieron sufrió un paro cardíaco. Las maniobras de resucitación lograron que recuperara el pulso. Fue llevada al hospital. Uno de los ocupantes, el custodio que iba en el asiento del acompañante, aunque con graves heridos había sobrevivido. El chofer y Dodi habían muerto en el acto. Ellos fueron llevados directamente a la morgue judicial.
La noticia del accidente se esparció con velocidad. A las 4.30 hs de la madrugada los médicos declararon la muerte oficial de Diana Spencer, la Princesa de Gales. Tenía 36 años.
La BBC interrumpió la transmisión para informar a la población inglesa. Lo mismo sucedió en los canales norteamericanos. En minutos el mundo entero supo que Lady Di había muerto.
La policía francesa arrestó a nueve fotógrafos. Las pericias posteriores demostraron que Henri Paul tenía en sangre el triple de alcohol del permitido por la ley francesa para manejar; también le encontraron en sangre restos de Prozac y de un medicamento para paliar la resaca. El Príncipe Carlos se enteró de madrugada. Al despertar le contó a sus dos hijos. A pesar de la oposición de su madre, la Reina, Carlos viajó a París junto a las dos hermanas de Diana para buscar el cuerpo. Lo hizo en el avión de la Corona Británica.
La Reina se opuso durante días a celebrar un funeral oficial. Diana había dejado de ser parte de la familia. Pero la espontánea reacción de la población la obligó a cambiar de parecer. Más de un millón de ramos de flores, ofrendas y muñecos de peluche fueron dejados en la puerta del Palacio de Kensington. El dolor fue masivo.
Diana había protagonizado el casamiento con más espectadores de la historia. 750 millones de personas vieron por televisión su boda con Carlos en 1981. Dieciséis años después, su funeral también fue el de mayor audiencia. La transmisión se convirtió en el evento no deportivo de mayor rating. Se calcula que fue visto por 2.500 millones de personas.
CON INFORMACION DE-infobae.com