Los hijos de Diane Downs dormían en el asiento trasero cuando su madre les apuntó la noche del jueves 19 de mayo de 1983. Estaba convencida de que Robert Knickerbocker la había dejado por culpa de ellos. A Cheryl la mató. Pero Danny y Christie sobrevivieron al intento de parricidio. La historia de un caso que conmovió a los Estados Unidos y que Hollywood llevó al cine en la película “Pequeños sacrificios”
Alta, de figura atractiva, dueña de una melena dorada y de una magnética mirada azul, Diane Downs era una mujer bella. Se reía con facilidad, pero los mares de sus ojos eran tormentosos y escondían abismos. Su enorme atractivo físico camuflaba perfectamente al monstruo que llevaba dentro. Ese mismo que de chicos, por las noches, creemos que vendrá a devorarnos.
Diane, el ogro de esta historia, quería deshacerse de sus hijos, pero no se los comió como podría suceder en las fábulas infantiles de terror. Mamá ogro apuntó y, desde pocos centímetros, apretó varias veces el gatillo de su pistola. Creyó que “desembarazarse” de sus tres molestias sería así de simple.
Pequeños estorbos
Elizabeth Diane Frederickson, conocida hoy como Downs por su apellido de casada, nació el 7 de agosto de 1955, en Phoenix, Arizona, Estados Unidos. Atravesó una infancia sumamente traumática por lo que, apenas pudo, en la adolescencia, se puso de novia con su compañero de clase del colegio secundario Moon Valley, Steve Downs. Quería escapar de las garras de su padre que venía abusando de ella desde hacía años.
Steve y Diane se graduaron juntos. Luego, él se alistó en la marina y Diane ingresó en la Pacific Coast Baptist Bible College en Orange, en California. No duró ni un año y fue echada por ser considerada promiscua.
La pareja siguió adelante y se reencontró en Phoenix donde se instalaron para comenzar una familia el 13 de noviembre de 1973.
El 7 de octubre de 1974 nació su primera hija Christie; Cheryl llegó el 10 de enero de 1976 y Stephen Daniel, “Danny”, el 20 de diciembre de 1979. Al nacer su tercer hijo ya todo andaba mal entre ellos. Discutían mucho por dinero y Steve sospechaba que ella le era infiel con un colega suyo. Incluso dudaba de si era el verdadero padre de Danny. Eso precipitó, en 1980, el divorcio.
Con solo 25 años Diane se desesperó por encontrar una nueva pareja. Era lo que más deseaba en la vida. Pero para poder salir a los boliches y conocer a alguien tenía que conseguir con quién dejar a sus chicos. A veces, los llevaba a la casa de los padres de Steve; otras, los abandonaba solos a cargo de la mayor, Christie, que tenía 6 años.
En esas excursiones nocturnas, en 1981, conoció a Robert Knickerbocker. Y se obsesionó con él.
Madre se alquila
Lo cierto es que Robert no era libre, todavía estaba casado y tenía sus propios hijos. Lo que menos deseaba en la vida era más chicos.
Diane escribía todos los días en su diario lo enamorada que se sentía mientras sus tres hijos comían mal y nadie se ocupaba de ellos.
Diane no era una persona maternal, sino todo lo contrario y Cheryl era la que, con más frecuencia, despertaba su furia. La pequeña tenía terror a su madre. Por lo menos eso fue lo que contaron los vecinos de sus abuelos cuando fue demasiado tarde.
En ese tiempo, para obtener dinero, Diane se postuló para ser madre subrogante. Los embarazos le resultaban fáciles. Alquiló su vientre por primera vez en 10 mil dólares. Firmó el contrato en septiembre de 1981 donde autorizó a que la inseminaran artificialmente. La bebé que concibió nació el 8 de mayo de 1982 y fue entregada como había sido estipulado a sus guardianes legales.
Diane odiaba ejercer la maternidad, pero le redituaba así que se propuso repetir el proceso en 1983.
Mientras, su relación con Robert, no prosperaba. Él no terminaba de divorciarse y no se mostraba comprometido con ella. Por marzo de 1983 Robert se animó a decirle que creía que las cosas no estaban funcionando y se alejó. Pero Diane estaba dispuesta a reconquistarlo como fuera e insistió.
Por ese entonces a Diane le ofrecieron un traslado como empleada de los Servicios Postales de los Estados Unidos a la ciudad de Cottage Grove, en Oregon, muy cerca de donde vivían sus padres. Enseguida pensó que ellos podrían ayudarla con la crianza de sus hijos y ella podría tener más tiempo libre. Decidió aceptar y, con sus artimañas, le arrancó a Robert una promesa: iría a vivir con ella apenas obtuviera su divorcio.
Un día de abril partió con los tres chicos hacia Oregon y se instalaron en la ciudad de Springfield. Diane estaba contenta. Fantaseaba con que, finalmente, Robert se mudaría con ella ya que sus padres podrían encargarse de Christie, Cheryl y Danny.
Adiós maternidad
Nada de eso pasó. Poco después de que se marchara, Robert Knickerbocker tomó fuerzas para terminar con la tóxica relación con Diane. El mundo que ella se había inventado explotó.
Así llegamos al jueves 19 de mayo de 1983. Convencida de que Robert no quería estar más con ella por culpa de sus hijos resolvió que los haría desaparecer de escena.
Esa noche, alrededor de las 22 horas, volvían de un supuesto paseo familiar. Danny (3), Cheryl (7) y Christie (8) dormían tranquilamente en el asiento trasero de su auto colorado. Diane conducía por la calle Old Mohawk, en una zona rural en las afueras de Springfield. De pronto, estacionó sobre la banquina, tomó su pistola semiautomática Ruger calibre .22. y, en medio de la oscuridad, disparó varias veces a cada uno de sus tres hijos desde muy corta distancia. Acto seguido apuntó a su antebrazo izquierdo y se disparó a sí misma.
Listo. Plan consumado.
Enteramente salpicada con sangre Diane tomó el volante y manejó hasta el Centro Médico McKenzie-Williamette. Iba a menos de diez kilómetros por hora, lentamente, con el íntimo deseo de que ellos se desangraran antes de llegar.
Todo tenía que parecer un robo de auto que había terminado pésimo.
Los estragos de las balas
Cheryl murió apenas llegó al hospital. Las vidas de Danny y de Christie pendían de un hilo. Los emergentólogos llamaron por el beeper de emergencias al doctor Steven Wilhite. Le dijeron que estaban trasladando al hospital a tres menores baleados, en grave estado, y a su madre también herida. Wilhite se subió a su auto y aceleró a fondo mientras pensaba en todo lo que tendría que hacer para intentar salvarles la vida.
Cuando llegó la madre estaba fuera de riesgo por lo que se abocó a los menores. Por Cheryl no había nada que hacer, ya había muerto. Mientras un cirujano se ocupó de Danny, a quien una bala le había atravesado la médula dejándolo paralítico, el doctor Wilhite se dedicó a Christie.
Wilhite, le reveló al medio ABC: “Cuando la miré a Christie por primera vez me pareció que estaba muerta. Tenía las pupilas dilatadas y casi no tenía presión. Estaba completamente blanca y no respiraba. Estaba muy, pero muy, cerca de morir”. De hecho, Christie tuvo un colapso masivo debido a su baja presión sanguínea, Wilhite la revivió y la pusieron en coma inducido.
Cuando el doctor Wilhite le contó a Diane que su hija mayor estaba sumamente grave, quedó shockeado por su reacción. Diane no derramó ni una sola lágrima y le dijo cosas como que este hecho le había arruinado sus vacaciones y que su nuevo auto había quedado hecho un desastre porque “tengo sangre por todos lados”.
Wilhite sospechó inmediatamente de esa madre de 27 años más fría que el hielo. Pero ella, sin darse cuenta lo que generaban sus comentarios, fue más lejos todavía. Le comentó que sabía que su hija tenía muerte cerebral así que deseaba dejarla ir: “Quiero que usted la desconecte”. El médico no podía creer lo que escuchaba. Le respondió que no haría eso de ninguna manera porque “no sabemos, ella está resistiendo. No voy a desenchufarla”.
Wilhite no necesitaba que un detective se lo dijera, esa mujer se comportaba como la culpable. Él y el otro cirujano se preocuparon por la actitud de esta madre y dieron intervención a la justicia para obtener un permiso para hacer todo lo que necesitaran para salvar la vida de esos chicos. Los estaban cuidando de la loba que los rondaba.
Cuando el corazón late demasiado
Al ser entrevistada por la policía sobre lo que había pasado esa noche Diane dijo que había salido con sus hijos para visitar a una amiga y que, cuando emprendieron la vuelta iban paseando viendo el paisaje, aunque ya tarde y poco podían ver, un “extraño de espesas cejas” le hizo señas en el camino para que se detuviera. Paró al costado y le preguntó a ese hombre qué ocurría. El sujeto, según ella, le dijo que quería el auto y los atacó a disparos.
Lo primero que hizo la policía esa misma noche fue pasar la información de que podía haber un peligroso personaje armado en el área. Pero la calma de la madre levemente herida ante la tragedia de sus tres hijos era de lo más sospechosa. Además, ¿por qué el atacante se había ensañado con los chicos cuando ella era la única amenaza para lo que quería obtener?
En los días subsiguientes Diane otorgó varias entrevistas a los medios. Cada vez que abría la boca se hundía más. Cuando alguno la señalaba, ella se defendía diciendo que si había sido la culpable, ¿porqué habría llevado a sus hijos al hospital?: “¿No me habría asegurado primero de que estuvieran muertos y después lloraría lágrimas de cocodrilo? Es insano pensar que haría algo así y traería a los testigos de mi crimen para que testifiquen en mi contra”.
Contra todo pronóstico Christie empezó a mejorar. Pero cuando la policía fue con los médicos y enfermeras hasta la cama de terapia de la pequeña, ella al ver a su madre experimentó bruscos cambios físicos. Su corazón se disparó vertiginosamente en el monitor que tenía conectado y sus ojos se le fueron para atrás. Estaba aterrada. Eso lo vieron todos.
Al mismo tiempo, los registros telefónicos indicaron que lo primero que Diane hizo al llegar al hospital fue llamar a su ex Robert Knickerbocker quien estaba en Arizona. Lo contactaron. Robert les reveló que estaba harto de que Diane lo persiguiera y que una vez hasta le había sugerido que ella podía ayudarlo a eliminar a su esposa para poder estar juntos. Reconoció que cuando ella partió a Oregon, él se sintió aliviado, pudo reconciliarse con su mujer y romper, definitivamente, la relación con Diane.
¿Y el arma homicida? Diane Downs le había ocultado a la policía que tenía un arma calibre .22 igual que la utilizada en el ataque. Dos ex novios suyos testificaron que ella tenía una del mismo calibre que había adquirido en Arizona. Si bien nunca fue hallada, los detectives sí encontraron en la casa de Diane varias cajas de municiones que coincidían con el arma.
Hubo más: aparecieron testigos que dijeron haberla visto esa noche, después de la balacera, manejando increíblemente despacio camino al hospital. Ella había declarado lo contrario, que había ido a toda velocidad.
Pese a todo, Diane no había logrado su objetivo. Cuando Christie pudo emitir sonido los detectives le preguntaron quién les había disparado y ella musitó dos palabras: “Mi mamá”.
La acusada embarazada
El 28 de febrero de 1984 Diane Downs fue arrestada.
El juicio comenzó el 8 de mayo del mismo año y, para sorpresa de todos, la acusada apareció en la sala sonriente y con una gran panza. Estaba nuevamente embarazada y cursaba su octavo mes. Nadie sabía de quién era ese hijo que engendraba y ella no quiso aclararlo.
Fue acusada de asesinato, de dos intentos de homicidio y de asalto criminal. El fiscal Fred Hugi sostuvo en su alegato que Diane había disparado a sus hijos con frialdad con el objetivo de revivir su romance con Knickerbocker. La defensa, por el contrario, pretendía hacer creer que el que había apretado el gatillo era un extraño. De hecho sostuvieron que no había residuos de pólvora en Diane.
Los peritos psiquiátricos que la analizaron fueron contundentes: le diagnosticaron personalidad narcisista y antisocial y una desviación sociópata.
Christie, la hija que la madre, milagrosamente, no había podido callar, fue la testigo clave para la condena. En el estrado volvió a decir que había sido su madre la que les había disparado.
El 17 de junio de 1984 fue condenada. Los jurados no se conmovieron porque llevara en su vientre un nuevo hijo. El juez dejó en claro que no tenía ninguna intención de liberarla jamás. Fue sentenciada a cadena perpetua más un extra de cincuenta años.
Diez días después de su condena nació su hija Amy Elizabeth quien quedó a cargo del estado hasta que fue adoptada por la pareja formada por Chris y Jackie Babcock quienes la rebautizaron Rebecca “Beckie”.
Diane había parido cinco veces, pero era todo lo contrario a lo que se espera de una madre.
El fiscal que se convirtió en padre
Increíblemente, en medio de tanto horror, hubo una linda noticia. El fiscal Fred Hugi y su mujer Joan, quienes no tenían hijos, se habían ocupado tanto de Christie y de Danny que terminaron pidiendo su adopción que se concretó en 1986. Christie y Danny tuvieron así una familia de verdad que los quiso, los educó lejos de las luminarias de la prensa y de los titulares. Estudiaron, se graduaron en el secundario y volvieron a creer en la felicidad.
Jamás quisieron volver a ver a Diane.
Hoy Christie tiene 50 años y, a pesar de haber quedado con dificultades para hablar como consecuencia del ataque de su madre, tiene una vida feliz. Gracias a sus padres adoptivos recobró la paz. Se casó y en 2005 tuvo un hijo y, luego, una hija a quien llamó Cheryl en memoria de su hermana asesinada. Christie disfruta de su extensa familia, pero escogió usar el apellido de su marido y no quiere ser recordada por el siniestro caso.
Danny (44), sigue confinado a su silla de ruedas, pero también rehizo su vida. De él solo se sabe que es un experto en computación, no mucho más.
El padre biológico de los chicos, Steve Downs, desapareció de escena después del juicio. Se cree que el trauma de los chicos era tan grande que la justicia decidió extraerlos de ese entorno.
Escalar la cerca y fugarse
El 11 de julio de 1987 Diane Downs protagonizó una fuga de película. Trepó los seis metros de la cerca de alambre del Centro Correccional de Salem donde estaba recluida y escapó.
Uno de los primeros en enterarse de la huida fue el fiscal Hugi, quien criaba a sus hijos. El matrimonio estaba aterrado de que ella intentara contactarlos o hacerles algo. Ellos vivían solamente a cien kilómetros de la cárcel.
Catorce estados la buscaron y, finalmente, fue recapturada en la casa del marido de una de las reclusas, a pocas cuadras de la cárcel. Le dieron 5 años más de castigo por su huída y, a pedido de Fred Hugi, la transfirieron al Correccional Clinton (hoy Edna Mahan) en el estado de Nueva Jersey. La querían bien lejos.
Desde entonces fue trasladada varias veces más a distintos correccionales.
Diane nunca dejó de decir que es inocente y sus padres y un hermano la apoyaron con escaso éxito. La próxima oportunidad para pedir la libertad bajo palabra la tendrá en 2025. Ya se la denegaron en 2008, en 2020 y en 2021.
Ecos de la tragedia
La escritora Ann Rule escribió, basada en este caso, el libro Pequeños Sacrificios que salió publicado en 1987.
En 1988 la convicta fue entrevistada por Oprah Winfrey. Desde la cárcel dijo: “Extraño a mis hijos desesperadamente (…) el 13 de octubre de ese año me embaracé solo porque estaba tan sola y extrañaba a Christie, extrañaba a Danny y extrañaba a Cheryl tanto (…) Nunca veré a Cheryl de nuevo en esta tierra y uno no puede reemplazar a un chico, pero podés reemplazar el afecto… Ellos me daban amor, satisfacción, me daban estabilidad, me daban una razón para vivir y para ser feliz, y eso se ha ido. Me lo sacaron, pero los hijos son fáciles de concebir “. Sus palabras suenan extrañas. Pero lo que se cree es que, en realidad, Diane eligió quedarse embarazada de cualquiera para llegar al juicio con panza y provocar un efecto empático entre quienes la juzgaban. No funcionó.
Sobre aquel libro de Rule se basó la historia de televisión que la cadena ABC puso al aire, en dos partes, en noviembre de 1989. Esta película fue protagonizada nada menos que por la estrella de los años ‘70 y ‘80, Farrah Fawcett. Ella encarnó a la cruel Diane. También trabajaron en el filme los actores Ryan O´Neal, John Shea y Emily Perkins.
En los años que siguieron Diane continuó agregando versiones a su reclamo de inocencia. Del hombre con espesas cejas pasó a que habían sido atacados por dos sujetos que usaban máscaras de esquí y terminó hablando de traficantes de drogas y policías corruptos.
Lo intentó todo con tal de obtener el beneficio que, hasta la fecha, nunca le otorgaron.
Mamá, el monstruo
Beckie Babcock (hoy 38 años y especialista en terapias de conducta) es la menor de los hijos biológicos de Diane Downs. Y fue la única que habló públicamente de ella. En el célebre show de Oprah Winfrey reconoció estar arrepentida por haberse puesto en contacto, de joven, con ella porque había descubierto que era un verdadero “monstruo”. Beckie tiene hoy un hijo llamado Chris y vive en Bend, Oregon, y su historia también tuvo ribetes trágicos personales: “Tuve una muy buena familia (…) Siempre supe que era adoptada, aunque al principio no preguntaba de dónde había venido”, contó. Las preguntas comenzaron cuando tenía 8 años. Su madre Jackie, sabiendo que la verdad era demasiado difícil para digerir para una pequeña, le daba pistas, pero no demasiadas. Solo le dijo que había un libro escrito sobre su madre de origen. A los 11 años Beckie seguía preguntando y fue entonces que, de mentira a verdad, le sacó a su babysitter el nombre de su verdadera madre: Diane Downs. Con esos datos llegó al libro Pequeños Sacrificios. Corrió a una librería y se lo compró. Quedó profundamente conmocionada. En el libro vio la cara de Diane, no era la madre que había deseado ver: “No podía mirar esos ojos, me asustaban”. Lo guardó y no le dijo nada a sus padres de su descubrimiento. Pero el espanto la recorría inevitablemente.
A los 16 años su novio alquiló la película de televisión sobre el caso, su caso, que había protagonizado Farrah Fawcett. Verla le rompió el corazón: “Me mató la inocencia. Me cambió”, reconoce.
El estigma
Beckie se volvió rebelde en el colegio y cayó en las drogas y el alcohol. Abandonó los estudios y la casa de sus padres y se fue a vivir con su novio. “El impacto que mi madre fuera Diane Downs alteró el curso de mi vida. Yo no era amable con mis padres. Estaba enojada. Estaba lastimada”.
Revela que una parte de ella temía ser parecida a su progenitora. En medio de los abusos de sustancias, a los 17 años, quedó embarazada: “Quiero a mi hijo más que a nada… ¡Pero era tan joven que no sabía cómo era ser una madre! Y seguí haciendo cosas que no debía”, reconoció. Cambió de pareja, quedó embarazada de nuevo y se separó. Terminó en la calle con veintiún años y un bebé que crecía en su vientre. Cuando nació su segundo hijo, en 2006, estaba viviendo en un refugio para las personas sin techo. No tuvo más remedio que poner a su nuevo hijo en adopción. “Fue la decisión más difícil de mi vida”, reconoce. Fue así que pensó en contactar a su madre, quien también había pasado por la entrega de su bebé (ella misma) en adopción: “No quería una madre, ya tenía una madre, pero quería tener una conexión”. Beckie buscaba amor como fuera y el consejo de alguien que hubiera pasado por esa traumática experiencia. Se puso en contacto con Diane y el primer intercambio de cartas fue positivo. Pero cuando Beckie comenzó a preguntar por su padre biológico, Diane se enojó. No entendía por qué ella quería conocerlo y no quiso decirle quién podría ser. Los textos de Diane se volvieron extraños: “Sus cartas tenían teorías conspirativas, creía que era mantenida en prisión para estar a salvo. Me dijo que había gente que me había espiado toda mi vida y que trataría de matarme. En ese punto quise que no me escribiera más. Luego, me acusó de ser una de las personas que querían asesinarla (…) Fue ahí cuando me arrepentí completamente de haberla buscado”.
Beckie requirió ayuda. Sentía que estaba enloqueciendo. Le preguntó a su consejera psicológica: “¿Soy como ella? ¿Me voy a volver loca?”. La profesional le tomó la mano, la miró a los ojos y le dijo: “Querida, la gente loca no sabe que es loca. Solo te estás enfrentando a la vida”.
Beckie se dio cuenta de que “tenía que aceptar que ella mentalmente tiene algo mal, pero que eso no quiere decir que yo también lo tenga”. No quiso saber más de esa madre. Tenía su familia y su felicidad y estaba dispuesta a conservarla. Pero pese a eso intentó contactarse con sus hermanos Christie y Danny. Ellos le respondieron que no estaban interesados en hablar de nada, querían vivir “sin el estigma de ser los hijos de Diane Down”. Beckie los entendió perfectamente.
Beckie no sabe hasta el día de hoy quién es su padre. “Estuve buscando la otra parte de dónde vine. Espero encontrar en él lo opuesto. Porque sé que vine de un monstruo y espero que la otra parte no lo sea, me gustaría que sea alguien lleno de amor, amabilidad y generosidad”, le dijo al medio ABC News.
Historias como estas no tienen un claro cierre. Los lazos sanguíneos pueden tener la fuerza del acero y el filo de una navaja. Las consecuencias de lo atravesado, como ocurre con la sangre, se derraman y se van colando por cualquier rendija. Cada uno escapa del estigma y de sus nudos como puede, no hay recetas. Mientras, ese monstruo llamado madre vegeta tras los barrotes y pide, cada año, que le devuelvan su querida libertad.
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