Gritos de soldados torturados, celdas desbordadas, condiciones inhumanas, un régimen de intimidación y asesinato e incomunicación con el mundo exterior. Así viven los prisioneros en la cárcel de Olenivka, escenario de la masacre en la que 40 cautivos ucranianos perdieron la vida trágicamente.
Los detalles son de Anna Vorosheva, una empresaria ucraniana de 45 años que narró al medio Observer su vivencia durante cien días en la cárcel tras haber sido detenida a mediados de marzo en un puesto de control dirigido por fuerzas prorrusas de la autodenominada República Popular de Donetsk (DNR).
Vorosheva fue arrestada cuando intentaba llevar suministros humanitarios a Mariupol, su ciudad natal, asediada por las tropas del Kremlin. Los separatistas prorrusos la detuvieron y la llevaron a la prisión, acusada de terrorismo.
Recuperándose en Francia, la empresaria contó a Observer que no tiene dudas de que Rusia asesinó “cínica y deliberadamente” a los prisioneros de guerra ucranianos. “Estamos hablando de una maldad absoluta”, aseguró.
Ucrania exigió a las Naciones Unidas y al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que investiguen el ataque contra la prisión de la autoproclamada República de Donetsk. Las Fuerzas Armadas, el Ministerio de Defensa, los servicios de seguridad y el Defensor del Pueblo de Ucrania solicitaron en un comunicado conjunto que estas organizaciones envíen representantes para esclarecer la “masacre”.
“El bombardeo es un cínico acto de terrorismo por parte de la Federación Rusa, una provocación militar y una clásica operación de falsa bandera con el propósito de ocultar crímenes de guerra, desacreditar a las fuerzas armadas ucranianas e incrementar las tensiones en la sociedad ucraniana”, afirmaron. “Rusia cometió otro horrendo crimen de guerra al bombardear un centro penitenciario en la región ocupada de Olenivka donde mantenía retenidos a prisioneros de guerra ucranianos”, dijo el ministro ucraniano de Relaciones Exteriores, Dmytro Kuleba, en Twitter.
El hecho de que los prisioneros fueran trasladados a las instalaciones de esa localidad poco antes del ataque, así como la ausencia de hostilidades en ese emplazamiento, demuestran que se trata de una eliminación premeditada, afirmó el comunicado.
“Rusia no quería que siguieran vivos. Estoy segura de que algunos de los ‘muertos’ en la explosión ya eran cadáveres. Era una forma conveniente de explicar que habían sido torturadas hasta la muerte”, dijo Vorosheva.
Los prisioneros hombres eran sacados regularmente de sus celdas, golpeados y luego encerrados de nuevo. “Oíamos sus gritos. Ponían música a todo volumen para taparlos. Las torturas eran constantes. Los investigadores bromeaban sobre ello y preguntaban a los reclusos: ‘¿Qué te ha pasado en la cara? El soldado respondía: ‘Me he caído’, y ellos se reían”, reveló la empresaria a Observer.
“Era una demostración de poder. Los presos comprendían que podía pasarles cualquier cosa, que podían ser asesinados fácilmente. Un pequeño número de los de Azov fueron capturados antes de la rendición masiva de mayo”.
Vorosheva precisó que había un tráfico constante alrededor de Olenivka. Los cautivos llegaban y salían todos los días del campo, situado a 20 km al suroeste de la ciudad ocupada de Donetsk, explicó al Observer. Unas 2.500 personas estaban retenidas allí, donde no había agua corriente ni electricidad.
El ambiente cambió cuando unos 2.000 combatientes de Azov fueron transportados en autobús el 17 de mayo. Se izaron las banderas rusas y se retiraron los colores de la DNR, cuenta Vorosheva.
“Nos llamaban frecuentemente nazis y terroristas. Una de las mujeres de mi celda era médica de Azovstal. Estaba embarazada. Pregunté si podía darle mi ración de comida. Me dijeron: ‘No, es una asesina’”.
Las condiciones para las mujeres en Olenivka era inhumanas. No las torturaban pero apenas recibían comida: 50 gramos de pan para cenar. “Era como para los cerdos”, recuerda Vorosheva, quien sospechaba que el director de la prisión desviaba el dinero destinado a las comidas. “Fue duro. La gente lloraba, preocupada por sus hijos y familias”.
Para ella, el personal del campo tenía el cerebro lavado por la propaganda rusa y consideraba a los ucranianos como nazis. “Nos culpaban de que sus vidas fueran terribles. Era como un alcohólico que dice que bebe vodka porque su mujer no es buena”.
“La filosofía es: ‘Todo es horrible para nosotros, así que todo debería ser horrible para ustedes’. Es todo muy comunista”, explicó Vorosheva.
La ucraniana fue liberada el 4 de julio, lo que para ella fue un “milagro”. “Los guardias leyeron los nombres de los que iban a ser liberados. Todo el mundo escuchó en silencio. Mi corazón dio un salto cuando escuché mi nombre. Recogí mis cosas pero no lo celebré. Hubo casos en los que la gente estaba en la lista, salía y luego volvía”.
“Las personas que dirigen el campo representan los peores aspectos de la Unión Soviética”, finalizó.
Con informacion y fotos de :infobae.com